sábado, 16 de noviembre de 2013

Las Capas de la Cebolla

No pretendo dar recetas acerca de cómo triunfar, cómo ser feliz o cómo adelgazar. De hecho, tildo de "nuevos charlatanes" a la pléyade de "expertos" que surjen como setas y que dan clases de "coaching", "mentoring" y otras vainas por el estilo. Yo no creo en ello.

Y a pesar de esto voy a sentar cátedra sobre la manera en que conseguimos llegar a no ser felices.

Vaya por delante que es un pensamiento ligero, y no fruto de un elaborado proceso mental.

Simplemente estaba esperando a mi hija Estíbaliz para llevarla a casa y, mientras la esperaba, salió una persona cojeando de la empresa Ogilvy, una Agencia de Publicidad y Relaciones Públicas, donde ella estaría loca por trabajar. Entonces pensé aquello de "¡qué suerte tiene!", pero, claro, luego también pensé en su cojera, y eso me llevó a un pensamiento algo tonto: la jerarquía de la importancia de las cosas que te hacen ser feliz.

Esta es mi jerarquía:

  1. Que todos los tuyos estén bien.
  2. Que uno mismo esté bien de salud.
  3. Que no haya amenazas inminentes de que la salud de ninguno de tus seres queridos, o de mi mismo, corra riesgo.
  4. Estar con los que quieres.
  5. Que todos, los tuyos y yo mismo, tengamos nuestras necesidades cubiertas.
  6. Que no haya amenazas inminentes sobre la base de nuestro sustento económico.
  7. Que haya armonia en la familia, sin disputas (más allá de las comunes) ni tensiones.
Y a partir de aquí, lo demás es "de regalo". Lo de arriba son las necesidades "básicas", y ésa es la cuestión, que teniéndolas cubiertas, muchas veces nos empeñamos en no valorarlo suficientemente, y pedimos más. Y ese más que pedimos incluye cuestiones como:

  1. Estar a gusto en el trabajo.
  2. Tener expectativas de futuro, para tí y los tuyos.
  3. Podernos dar algunos lujos de vez en cuando.
  4. Que no se vuelvan a romper los cajones de la habitación de Héctor, que ya hemos arreglado mil veces.
  5. Otros miles de etcéteras tan tontos como el del punto anterior.
Pues bien, la cuestión es que nos empeñamos en no estar felices a menos que los puntos básicos Y los puntos de regalo estén todos a nuestro gusto y, claro, eso es realmente difícil.

En la película "Mientras Dormías" el protagonista (Peter Gallagher) habla con su padre al desayunar juntos, y el padre, que se siente feliz, dice algo así como "qué raros son los momentos en que todo parece estar en orden y podemos disfrutar", a lo que el hijo responde "Si. Éste no es ese de unos momentos, Papá" y a continuación le comunica su intención de no seguir con el negocio familiar (uno de los miles de puntos de regalo que podría haber estado en mi lista).

Defiendo que para ser feliz hay que tener cierta capacidad para serlo. Es más, también defiendo (y en esto seguro que no todos están de acuerdo) que hay gente que es feliz no siéndolo, es decir, quejándose todo el rato y minusvalorando lo que tienen para centrar toda la atención en loq ue, a su juicio, les falta.

Yo siempre he tenido una gran capacidad para ser feliz. Recuerdo que un día en el colegio (posiblemente con 15 ó 16 años), mi amigo Mario me espetó "Jóder, a tí es que te gusta todo lo que tienes" y yo, que me quedé un poco sorprendido porque lo decía como un reproche, sólo pude contestar "Pues sí, la verdad es que sí".

No es que haya perdido esta capacidad (¿o quizás debería decir cualidad?), pero las cosas se van enrredando y en el día a día lo que tienes en la cabeza son las cosas menores: el que Estíbaliz busca trabajo, que me van a poner un implante dental que cuesta un huevo, que los puñeteros cajones de Héctor se han vuelto a romper, y qué se yo. Por eso, en un momento dado, como este mismo en que me pongo a escribir, conviene pararse un poco y pensar "¿pero por qué me quejo?"

Mira que hay veces que Marisa y yo nos hemos dicho el uno al otro "somos muy afortunados", y vaya si lo somos. Hemos pelado las peores capas de la cebolla y lo hemos hecho juntos. Ahora sólo queda cortarla y comérnosla, y no importa si las capas de dentro, las menos malas, nos hacen llorar los ojos, porque esas lágrimas no son de pena, sino cosas naturales, cosas que pasan, así que te las secas, echas la cebolla a la ensalada, y a cenar.

A veces pienso que no merece la pena seguir comprando el Cuponazo. A mí ya me tocó la gran lotería, así que posiblemente ya no merezca más.