miércoles, 3 de julio de 2013

El Liderazgo

Lo que me ha motivado a escribir este blog ha sido un artículo que leí hace unas semanas en el periódico Expansión. Era una entrevista con Pilar Aurrecoechea, Directora General de Mastercard Iberia, en la que se ponía en boca de la Directiva un discurso de somos un equipo (ra, ra, ra), delego un montón, etc, etc, para a continuación, en apenas la misma línea del reportaje, decir (refiriendose a su personal) "Han de traer sus resultados al 150%. Soy exigente conmigo misma y a ellos les exijo lo mismo".

Al leerlo, incluso de corrido, me rechinó, y luego pensándolo detenidamente llegue a una conclusión muy pensada: ¡menuda gilipollez!

En primer lugar, si se van a exigir que los resultados se cumplan al 150% ¿por qué no fijar esos números correspondientes al 150% como el objetivo a cumplir? Si le dices a alguien "tienes que comercializar 1.000 tarjetas" y cuando vuelve con las 1.000 tarjetas le dices que no ha cumplido satisfactoriamente, porque se esperaban 1.500 tarjetas ¿qué mensaje estás dando? Pues, esencialmente, que nunca será suficiente, que el objetivo real es distinto a lo que has dicho y que hoy será el 150% y mañana, cuando tengas las 1.500 tarjetas, de pronto te dirán que no, que mejor 1.600 y que sigues sin cumplir. ¿es tan difícil establecer un objetivo y mantenerlo como un valor de referencia claro y transparente?

Y luego lo de la exigencia propia y ajena. Eso es un puro camelo. No es así, y por mucho que esta señora vaya de buenísima, no cuela. Si ella mete la pata y se dice a sí misma "soy una inutil" ¿es eso comparable a que alguien de su equipo meta la pata y su jefa le suelte "eres un/a inútil"? Me mondo (por no decir una grosería) con los exigentes. Los que así se autodenominan son los que creen que sólo ellos tienen la razón y que si ellos no hacen tal cosa, nunca saldrá bien. Son los que siempre tienen en mente el por qué algo no les ha salido bien, pero también los que no están dispuestos a siquiera escuchar las razones que otros les cuentan de por qué algo ha salido mal. "Excusas", piensan en su interior.

Recuerdo un partido de baloncesto juvenil. Mi hermano Ricardo era el entrenador de uno de los equipos y mientras él se mantenía tranquilo y solo alzaba la voz para aplaudir una jugada o para corregir con frases como "venga, muy bien, pero no vuelvas a hacer eso", el entrenador del otro equipo era un basilisco, vaya, un exigente. No recuerdo quien ganó aquel partido, pero sí recuerdo que al final los del equipo contrario se fueron cada uno por su lado, y yo me fuí con todos los del equipo de mi hermano a tomar un aperitivo.

No digo con esto que no se deba alzar la voz de vez en cuando y pedir resultados, o tomar medidas claras que, a veces incluso, sean dramáticas (como despedir a alguien), pero sé que la exigencia continua, desde el altar en que algunos se sitúan, sólo lleva al nerviosismo y a lo contrario de lo que yo entiendo como "crear equipo".

Hace poco me contaron el caso de un jerifalte de una gran multinacional que tenía la costumbre de, ocasionalmente, hacer un viaje para visitar a algún directivo de una de sus delegaciones. Cuando le recogían en el aeropuerto, el directivo, que ya debía ir acojonado, empezaba a comentar sobre los resultados de la última campaña, etc, etc, y entonces el gran jefe le cortaba y le decía: "no he hecho tantísimos kilómetros para hablar sobre los resultados de la última campaña, eso ya lo hablamos en las videoconferencias periódicas que tenemos. He volado hasta aquí para pasar un rato contigo y para que hablemos de otras cosas de las que no hablamos frecuentemente, cuéntame, qué tal tu familia..." Eso es un líder.

Leí otra entrevista a otra ejecutiva española un par de días después de la de la Directora General de Mastercard, en el mismo diario. Entrevistaban a Marieta del Rivero, Responsable de Marketing Mundial del Grupo Telefónica. En ésta me llamó la atención dos cosas: una, que se decía de ella que "iba sembrando buen rollo", y otra, que conseguía que la gente que trabajaba para ella fuera ascendiendo. El título del artículo era "Marieta del Rivero hace que las cosas pasen". Es decir, con este buen rollo y tratando a su gente como a colaboradores de verdad, dándoles responsabilidad y confianza, ¡consigue resultados! La Señora del Rivero es una líder de verdad.

El problema de este esquema de funcionamiento es que todo el mundo lo tiene muy claro, pero creo que son relativamente pocos los que consiguen aplicarlo. Los "gurús" (el entrecomillado señala mi intención sarcástica) del coaching, el teaming y demás "ing" postmodernista y granbuenísimo, nos agotan insistiendo en que hay que aplicar la empatía, hacer equipo, emplear tiempo en compartirlo con los colaboladores, etc, etc. Yo tuve un profesor de "esto" en mi reciente MBA y todas las clases iban de predicar el compañerismo jefe-empleado, el juicio justo, y demás. Hasta que en uno de los debates de la clase se me ocurrió llevarle la contraria en no me acuerdo qué. Saqué un mísero aprobado, y eso que había sido de los más participativos en sus clases (lo que constituía, en teoría, el 75% de la nota final). Moraleja, este "profesor" no buscaba el debate enriquecedor, sino "su" debate prefijado. Profeta de buen manager y realidad de dictador de ideas.

Hablando de "gurús", creo que el paradigma de líder es uno que está a punto de morir: Nelson Mandela. Mi admiración por él es infinita. Creo que es un líder mundial a nivel histórico, sólo comparable con otros pocos como Gandhi, por ejemplo. En ambos casos el liderazgo estaba basado en el convencimiento propio y en la suma voluntaria de los demás. Sin estridencias. Sólo con el ejemplo personal.

En una cena de navidad recibí un halago que, como dicen los americanos "me hizo el día": un antiguo empleado de mi departamento me dijo algo así como "tengo un jefe estupendo, es como tú, cuando meto la pata en vez de montarme un número, me lo hace ver con mucha calma y me dice, pero no pasa nada, vamos a arreglarlo".  No soy un ejemplo de nada, pero tengo claro que prefiero ser el entrenador que aplaude y se va a tomar el aperitivo con "sus" chicos antes que el ganador iracundo que no llega ni a despedirse de sus subalternos cuando se acaba el partido.